De la mano de mi buén amigo Manuel, descubrí los secretos de este genial fotógrafo francés, sus juegos de luces y sombras y sobre todo la importancia de captar el momento preciso de un suceso. Os dejo una muestra de mis gusto tanto en cuestión de fotografía como de literatura.
Fui educado solo y, hasta donde recuerdo, siempre me apasionaron las
cosas sexuales. Cerca de dieciséis años tenía yo cuando conocí a una
joven de mi edad, Simone, en la playa X...Nuestras familias se
encontraron un parentesco lejano, cosa que precipitó nuestras
relaciones. Tres días después de conocernos estábamos Simone y yo
solos en su casa, vestida ella con un delantal negro y un cuello
almidonado. Empecé a adivinar que compartía mi angustia, tanto más
fuerte cuanto que ese día estaba desnuda bajo el delantal.
Llevaba medias negras de seda sujetas por encima de la rodilla.
Todavía no había podido verla hasta el culo (ese nombre empleaba con
Simone me parecía el más bonito de los nombres del sexo). Me limitaba
a imaginar que, levantando el delantal, le vería el trasero desnudo.
En el pasillo había un plato de leche destinado al gato.
-Los platos están hechos para sentarse-dijo Simone
-. ¿Quieres apostar?
Me siento en el plato.
-Apuesto a que no te atreves -respondí yo, sin aliento.
Hacia calor. Simone colocó el plato en un pequeño banco, se instaló
ante mí y, sin desviar los ojos de los míos, se sentó mojando el
trasero en la leche. Me quedé algún tiempo inmóvil, temblando, con la
sangre en la cabeza, mientras ella observaba mi verga dilatando el
pantalón. Me acosté a sus pies. Ella ya no se movía; por primera vez
vi su "carne rosa y negra" bañada en leche blanca. Permanecimos largo
tiempo inmóviles, tan ruborizados el uno como la otra.
Ella se levantó bruscamente: la leche resbaló por sus muslos hasta las
medias. De pie por encima de mi cabeza, se secó con un pañuelo,
poniendo un pie sobre el pequeño banco. Yo me frotaba la verga,
agitándome en el suelo. Gozamos al mismo tiempo, sin habernos tocado
el uno al otro. Sin embargo, cuando entró su madre, me senté en un
sillón bajo y aproveché un momento en que la joven se acurrucó en los
brazos maternos: levanté sin ser visto el delantal, pasando una mano
entre sus cálidos muslos.
Volví a casa corriendo, ávido de meneármela aún más. Al día siguiente,
tenía ojeras. Simone me miró, escondió la cabeza contrea mi espalda y
dijo: "No quiero que en adelante te la menees sin mí".
Así empezaron entre nosotros relaciones de amor tan estrechas y
necesarias que rara vez estábamos una semana sin vernos. En realidad,
nunca hemos hablado de ello. Comprendo que ella experimente en mi
presencia sentimientos cercanos a los míos, difíciles de describir.
Recuerdo el día en que íbamos en coche muy aprisa. Atropellé a una
joven y hermosa ciclista, cuyo cuello quedó casi partido en dos por
las ruedas. La contemplamos muerta largo tiempo. El horror y la
desesperación que se desprendían de aquellas carnes, en parte
repugnantes y en parte delicadas, recuerdan el sentimiento que
experimentamos al conocernos. Simone es simple habitualmente. Es alta
y guapa; nada hay desesperante en su mirada ni en su voz. Pero es tan
ávida de lo que perturba los sentidos que la menor llamada confiere a
su rostro un carácter evocador de sangre, de terror súbito y de
crimen, de todo cuanto destruye irremediablemente la beatitud y la
buena conciencia.
Vi por primera vez esa muda y absoluta crispación
-que yo compartía- cuando puso su trasero en el plato. Rara vez nos
miramos con atención sino en esos momentos. No estamos tranquilos y no
jugamos más que durante breves minutos de relajación, tras el orgasmo.
Debo decir aquí que estuvimos largo tiempo sin hacer el amor.
Aprovechábamos las ocasiones para entregarnos a nuestros juegos.
No carecíamos de pudor, muy al contrario, pero una especie de malestar
nos obligaba a desafiarlo. Así, al instante de pedirme que no me la
menease solo (estábamos en lo alto de un acantilado), me quitó los
pantalones, me obligó a tumbarme en el suelo y, levantandonse la
falda, se sentó sobre mi vientre y se abandonó sobre mí. Le metí en el
culo un dedo que mi leche había mojado.
Luego, se tumbó con la cabeza bajo mi verga y, apoyándose con las rodillas en mis hombros, levantó el culo aproximádolo a mí, que mantenía la cabeza a su nivel.
-¿Puedes hacer pipí en el aire hasta el culo? -me preguntó.
-Sí -respondí-, pero el pis te mojará el traje y la cara.
-¿Por qué no? -dijo ella, y la obedecí; pero, en cuanto hube
terminado, la inundé nuevamente, esta vez de leche blanca.
Entretanto, el olor del mar se mezclaba con el de la tela mojada, el
de nuestros vientres desnudos y el de la leche. Caía la tarde y
permanecíamos en aquella posición inmóviles, cuando escuchamos pasos
que aplastaban la hierba.
-No te muevas- suplicó Simone.
Los pasos se habían detenido; no podíamos ver quién se acercaba,
reteníamos la respiración. El culo de Simone así erguido me parecía,
en realidad, una poderosa súplica: era perfecto, las nalgas estrechas
y delicadas, profundamente hendidas. Estaba seguro de que el
desconocido, o desconocida, sucumbiría pronto y se vería obligado a
desnudarse a su vez. Los pasos recomenzaron, acelerados, y vi aparecer
a una jovencita encantadora, Marcelle, la más pura y conmovedora de
nuestras amigas. Simone y yo estaábmos rígidos en nuestra postura,
hasta el extremo de no poder mover siqueira el dedo, y fue de repente
nuestra desdichada amiga quien se dejó caer en la hierba sollozando.
Sólo entonces, soltándonos del abrazo, nos lanzamos sobre aquel cuerpo
abandonado. Simone le levantó la falda, le arrancó la braga y me
mostró con embriaguez un nuevo culo tan hermoso como el suyo. Lo besé
con rabia, masturbando el de Simone, cuyas piernas habían aprisionado
los riñones de la extraña Marcelle, quien ya no ocultaba más que sus
sollozos.
-Marcelle -exclamó-, te lo suplico, no llores. Quiero que me beses en la boca.
Simone acariciaba su hermoso pelo liso, besándola por todo el cuerpo.
Entretanto, el cielo se había pasado a la tormenta y, con el
anochecer, gruesas gotas de lluvia habían empezado a caer,
produciéndose una tregua tras el bochorno de un día tórrido y sin
brisa. El mar hacía ya un ruido enorme, dominado por largos fragores
de trueno, y los relámpagos permitían ver como en pleno día los dos
culos masturbados de las jóvenes que ahora habían enmudecido.
El Ojo del Gato de Georges Bataille, es considerado para muchos, la mejor novela de literatura erótica de este siglo.Georges Bataille escritor, antropólogo y pensador francés nacido el 10 de septiembre de 1897 falleció el 9 de julio de 1962.Otras obras destacadas
- Histoire de l'œil, 1928, bajo el pseudónimo de Lord Auch. Trad. Historia del ojo.
- Madame Edwarda, 1937, bajo el pseudónimo de Pierre Angélique. Trad. 'Madame Edwarda.
- L'Expérience intérieure, 1943. Trad. La Experiencia Interior.
- Le Coupable, 1943. Trad. El Culpable.
- Le Petit, 1943, con el pseudónimo de Louis Trente.
- La Part maudite (), 1949. Trad. La Parte maldita
- L'Abbé C., 1950.
- La Peinture préhistorique. Lascaux ou la naissance de l'art, 1955
- La Littérature et le Mal, 1957. Trad. La Literatura y el Mal.
- L'Érotisme, 1957.
- Le Bleu du ciel, 1957 (escrito en 1935).
- Les Larmes d'Éros , 1961. (Las Lágrimas de Eros.
- Ma Mère , 1966 (póstumo e inacabado). Mi Madre
- L'Impossible, 1962 (ya en 1947 como La haine de la poésie)
- Œuvres complètes, París, Gallimard, XII vols, 1970-1988. Con un prefacio de M. Foucault, donde señala que es acaso el más importante escritor del siglo XX.
- Romans et récits. París, Gallimard, "Bibliothèque de la Pléiade", 2004. Ed. dirigida por Jean-François Louette.
Las fotografías son de Brassai.
"La fotografías de Brassaï son la noche.
La noche universal. La vida en la noche.
No es la noche en París, es la noche.
La noche es una parte de la vida.
Nos presentan todo tipo de personajes:
matones, mendigos, prostitutas, enamorados, homosexuales.
Nos presentan todo tipo de lugares:
bares, garitos, salones de baile, prostíbulos, calles.
Nos presentan la vida que pasa.
Es un mundo distinto, no es el mundo de la luz, de la claridad, es el mundo de la pasión.
Es el mundo de la música, del alcohol, del sexo y de la droga.
Sus personajes, anónimos, universalizan su mensaje.
Fueron ellos y somos nosotros.
Aunque reflejan un mundo desaparecido, muestran nuestro mundo, nuestros sentimientos".
(Manuel Rodríguez)