El dolor que nace de una obsesión no está hecho de estridencias. No se trata de aquellas manifestaciones de pena de las que participa todo el cuerpo, la voz y los gestos. No hay arrebatos ni excesos. Suele ser una pena honda, callada, que surge de la imposibilidad de moverse, de actuar, porque las obsesiones nos paralizan el cuerpo y la vida. (…)
Desear de lejos significa precisar con la mente. El deseo acostumbra a nacer desde la distancia, pero se concreta en la proximidad porque une y empuja. Dos cuerpos que se desean se buscan. Si no hay obstáculos insalvables que les impidan la proximidad, la vida se convierte en una fiesta de tactos y besos. Tocar no es sencillo. Hay quien asegura que se trata de un arte. ¿Quién sabe tocar la piel del otro con dedos lo bastante hábiles para hacerlo estremecer? La cuerda del violín se estira, el arco se tensa, la música surge, rotunda. Hay manos que acarician como si esparcieran perfumes. Se produce una eclosión de espuma. El deseo se vuelve real cuando el otro es presencia concreta, palpable. Un cuerpo que podemos recorrer con los labios, que las manos exploran en la avidez de los dedos. Carne contra carne, dureza que se vuelve realidad en el envite. (…)
El deseo que se vive de lejos se convierte en una mezcla de dolor e incredulidad. Está el dolor de no poder tocar al ser querido. Está la duda de imaginar que nunca nos va a ser posible tocarlo. Cuando el deseo ha de concretarse en la mirada, en el olfato, en la percepción lejana del gusto (¿qué gusto tiene el aire que respira el otro?), sólo satisface una parte de su potencial. Quedan las manos: los dedos huérfanos de piel. Los dedos sólo existen para poder tocar otros dedos. Si no, pasan demasiado frío. Este deseo vivido desde fuera alimenta el pensamiento de añoranzas.
Desear de lejos significa precisar con la mente. El deseo acostumbra a nacer desde la distancia, pero se concreta en la proximidad porque une y empuja. Dos cuerpos que se desean se buscan. Si no hay obstáculos insalvables que les impidan la proximidad, la vida se convierte en una fiesta de tactos y besos. Tocar no es sencillo. Hay quien asegura que se trata de un arte. ¿Quién sabe tocar la piel del otro con dedos lo bastante hábiles para hacerlo estremecer? La cuerda del violín se estira, el arco se tensa, la música surge, rotunda. Hay manos que acarician como si esparcieran perfumes. Se produce una eclosión de espuma. El deseo se vuelve real cuando el otro es presencia concreta, palpable. Un cuerpo que podemos recorrer con los labios, que las manos exploran en la avidez de los dedos. Carne contra carne, dureza que se vuelve realidad en el envite. (…)
El deseo que se vive de lejos se convierte en una mezcla de dolor e incredulidad. Está el dolor de no poder tocar al ser querido. Está la duda de imaginar que nunca nos va a ser posible tocarlo. Cuando el deseo ha de concretarse en la mirada, en el olfato, en la percepción lejana del gusto (¿qué gusto tiene el aire que respira el otro?), sólo satisface una parte de su potencial. Quedan las manos: los dedos huérfanos de piel. Los dedos sólo existen para poder tocar otros dedos. Si no, pasan demasiado frío. Este deseo vivido desde fuera alimenta el pensamiento de añoranzas.
María de la Pau Janer, Las mujeres que hay en mí
1 comentario:
Querida amiga
Los deseos y los sueños, se alimentan de lo mismo, de ilusion.
Algo que ha olvidado mencionar la autora del texto.
Un beso Capri
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