El chico se detuvo delante de una habitación, que deduje sería el
origen de donde provenía todo lo que percibía. Asomándome, en la
puerta de la habitación advertí la silueta de la espalda de una
muchacha iluminada por una vela, totalmente desnuda. De largos
cabellos negros que le caían hasta el talle.
En su espalda se dibujaba
un tatuaje de henna que la ocupaba casi íntegramente. Era el contorno
de un enorme sol negro con un fino trazo, algún símbolo de la cultura
árabe que me resultaba familiar, pero que no acertaba a descifrar.
Alrededor de toda la cintura y el vientre tenía otro tatuaje de un
intrincado dibujo tribal. La muchacha permanecía inmóvil sentada de
espaldas, como si de una musa que posara para mí se tratase. El chico
soltó mi mano y me dejó allí, hechizado por aquella muchacha. De fondo
ya no escuchaba la fiesta del salón. Sólo escuchaba la flauta y el
agua y sentía que me ahogaba cada vez más en el incienso.
Ella giró
sobre su cintura y provocó que temblase como si hubiese viajado a otra
dimensión perdiendo la lucidez. (…) Extendió su mano hacia mí y pude
observar su desnudo cuerpo divino: sus preciosos pechos y su gloriosa
silueta con fastuosas curvas, que terminaba en una estrecha cintura
redondeada. Todo su cuerpo emanaba beatitud. Con su mano atrapó la mía
y la posó mansamente en su pecho mientras cerraba los ojos. Su tacto
era como acariciar una nube. Yo también cerré los ojos, pero tosía, me
estaba quedando sin aire. Sólo el sedoso tacto de su cuerpo me
mantenía despierto. Cuando nuestros cuerpos se acercaron, descansó su
mano sobre mi cabeza y se aproximó hasta besarme. Sentí que me
proporcionó aliento cuando ya desfallecía. Al desprender sus labios de
los míos, un aura de humo emergía de su boca, como si hubiese extraído
el incienso de mis pulmones.(…)
Quise abrazar su cuerpo
desesperadamente. Pero ella, con un gesto manso de negación, puso su
mano en mi boca mientras susurró como un canto celestial una palabra
en turco que repitió dos veces y que no pude traducir: “Seni
seviyorum. Seni seviyorum”. Recogió una malla que tenía a sus pies y
se cubrió con ella como quien se arrepiente de algo o quiere ocultar y
enviar al olvido lo que ha sucedido. Abandoné su habitación sin
comprender qué había pasado.
M. Blázquez, fragmento de Mi propia naturaleza